ORÍGENES DE LA PROPUESTA

De
acuerdo con las propias palabras de Gardner (1995), cuando publicó su teoría en
1983 encontró poca acogida entre los colegas: «Mi teoría gustó a unos cuantos
psicólogos, desagradó a unos pocos más y la mayoría la ignoró». Sin embargo,
hay que destacar de esta circunstancia que cuando ya se encontraba convencido
de que su proposición estaba condenada al olvido, como tantas otras en la
historia de la disciplina, inesperadamente comenzó a recibir una gran atención
del sector educativo, y al respecto manifestó que «Existía otro público con un
auténtico interés por mis ideas: el público de los profesionales de la
educación». Analizando detenidamente este hecho se puede apreciar que no es una
simple coincidencia, pues refleja una cuestión de carácter epistemológico. La
teoría no recibió en ningún momento una aprobación dentro de la disciplina en
que se originó, ya sabemos que la comunidad de psicólogos la ignoró, se
suscitaron debates en torno a ella de forma amplia y rigurosa. Pero por otro
lado generó un gran interés en el campo educativo y familiar, por lo que
comenzó rápidamente a ser aplicada, lo cual propició el surgimiento de nuevas
prácticas pedagógicas e institucionales. En pocas palabras, podríamos decir que
constituyó una teoría no consensuada en su disciplina de origen, pero acogida
por un sector de los educadores, por lo que pasó a servir de fundamento para
nuevas prácticas que revierten en modificaciones del propio perfil profesional
del educador. La teoría se legitima a través de la apropiación y del uso y no
mediante algún modelo de verificación científica. Las circunstancias educativas
y las relacionadas con la psicología que rodearon el surgimiento de esta
propuesta teórica, ha llevado a muchos autores a reconocerla como un hecho
social con independencia de su exactitud científica. De manera autocrítica
Gardner se ha anticipado a señalar la necesidad de seguir investigando y
evaluando la aplicación de su propuesta, así como algunas tareas científicas
pendientes. En las motivaciones iniciales del autor no estaba la gran
influencia que generó en la educación, más bien tenía un gran interés como
psicólogo en aportar a su propia área de especialización; lo plantea cuando
señala: «Pensaba sobre todo en una contribución a mi propia disciplina de la
Psicología del desarrollo y, de manera más general, a las ciencias cognitivas y
conductuales. Deseaba ampliar las nociones de inteligencia hasta incluir no
sólo los resultados de las pruebas escritas sino también los descubrimientos
acerca del cerebro y de la sensibilidad a las diversas culturas humanas. Aunque
analicé las implicaciones educativas de la teoría en los capítulos finales del
libro, mi enfoque no se dirigía al salón de clases» (Gardner, 1994).
En las
ciencias sociales, y específicamente de la educación, la teoría de las
«Inteligencias Múltiples» representa ese caso en el que la teoría, previo a su
aplicación, ha recibido una aprobación manifiesta, lo que generalmente no
ocurre en los tradicionales procedimientos de la ciencia. Podría decirse que
aún no se considera una teoría plenamente aceptada y ubicada fuera de toda
duda. Sin embargo, sí podría plantearse que se ha derivado de las
retroalimentaciones científicas propias de las aplicaciones de esta teoría, que
el proceso mismo que ella ha seguido en el campo científico y aplicado y que
las pretendidas fórmulas de verificación que proporcionan los manuales, con sus
especificaciones detalladas, definiciones precisas y pasos lógicos que llevan
sin error de una cosa a la otra, no son el único camino para la construcción
del conocimiento. Hoy puede considerarse que si aparecieran en un futuro
evidencias que generaran dudas sobre los fundamentos de esta teoría, eso no
provocaría obligatoriamente una revisión de las prácticas pedagógicas ya
establecidas, pues como ya se ha señalado antes, esta propuesta recibió el
respaldo del sector de los educadores, de manera independiente de su carácter
de teoría formulada y aprobada. Además, ella ha llevado a que se reformule y
renueven viejos asuntos no sólo en la educación sino con relación a las
sociedades humanas que anhelamos construir, donde cada ser humano se reconozca
valioso e inteligente con mucho que aportar y con la posibilidad de realizar
sus sueños desarrollando sus potenciales cognitivos. Gardner rompe con el
esquema tradicional de inteligencia dándole al concepto un nuevo significado al
referirse con él a una amplia variedad de capacidades humanas. Congruente con
esto, casi todos podemos reconocer la existencia de la creatividad en la música
o en la plástica, las sorprendentes habilidades del cuerpo, el liderazgo o el
trabajo en equipo, pero agrupar todo esto bajo la misma categoría es una
decisión polémica y valiente, pues el concepto de inteligencia se ha reservado
exclusivamente para cuestiones asociadas al lenguaje y los números, y se ha
dejado de lado o de reconocer, en otro orden de ideas, otras capacidades
humanas a las que se les denomina talento, habilidad, competencia, destreza,
ingenio en campos diferentes al lógico-matemático y el lenguaje, pero en ningún
caso son reconocidas como expresión de inteligencia.
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